La joven no entró en la guarida del dragón. En su lugar, pensó en Daruma, que navegó a la India desde China sólo para sentarse a meditar durante nueve años. Se dice que un día, cuando se quedó dormido, sin dudarlo, se cortó los párpados para no volver a perder la concentración. El bondadoso dios Quan Yin quiso ayudar a la gente a encontrar la iluminación y cultivó las primeras plantas de té a partir de los párpados de Daruma.
La hermana menor no tenía la disciplina de Daruma y meditó sólo durante tres días. El primer día, se sentó en el suelo terroso. El bambú crecía a su alrededor, excepto cerca de la cueva, donde el suelo era de ceniza volcánica que el viento atrapaba y le daba en los ojos. El segundo día, admiró la forma en que las hojas soplaban con la brisa y las nubes entraban y salían de su campo de visión. Vio salir y ponerse el sol y se quedó quieta mientras la noche le helaba la piel. El tercer día, se colocó dentro de la boca de la cueva sobre el suelo de obsidiana y miró hacia el bosque. El cuarto día, el sabor pútrido de la ceniza le picó en la punta de la lengua. Se adentró en la cueva, admirando su entrada lisa y circular en el indómito páramo. Una vez que se adentró en la oscuridad, el dulce aroma de las flores de jazmín floreció en el aire. Recordó su hogar, la sonrisa con hoyuelos de su hermana y su misión.